Soy Mª Victoria, tengo 50 años y vivo al norte de la provincia de Extremadura.
Hace tres años, un día tal como hoy, permanecía aislada en una habitación de la Clínica San Francisco de Cáceres porque las defensas me habían bajado tanto que temíamos lo peor, interrumpir el tratamiento de quimioterapia. Cinco meses atrás, allí mismo, fui intervenida dos veces consecutivas, una para extirpar un tumor cancerígeno en una mama y posteriormente otra, por afectación en la cadena de ganglios.
Siempre digo que el día que te dan la noticia se desmonta ante ti un puzzle en pedazos y la negación no ayuda, por lo que antes de abandonar el hospital, puse la primera pieza: la aceptación. En ese punto, tenía que cambiar la preocupación por ocupación y ponernos manos a la obra, empezando por confiar plenamente en el equipo médico que me iba a tratar, sin duda, el mejor, tanto a nivel profesional como por su calidad humana.
El proceso? Duro, muy duro, pero ¿quién dijo que lo que merece la pena sea gratis? Tenía claro que estaba dispuesta a pagar ese precio, tenía algo muy importante por lo que luchar, quería VIVIR!!
“Un año malo”, como mensaje de aliento en la consulta del radiólogo, escuchamos decir mi marido y yo , que cogidos de la mano, sabíamos que teníamos ante nosotros una serie de muros que saltar . Año de quirófano, analíticas, quimioterapia, radioterapia….y un buen día te das cuenta que pasó. Entonces, el oncólogo satisfecho por la buena noticia, nos despide “hasta dentro de tres meses” y yo me hecho a temblar: ¿Cómo?¿No puede ser un poco antes? ¿Un mes, tal vez? ¿Quién me va a resolver ahora las dudas? …
Soy muy afortunada. Me operaron las mejores manos, me ajustaron el tratamiento los mejores oncólogos, me alentaron con una dulzura exquisita los mejores profesionales, conté con un hombro en el que apoyarme y el abrigo de la familia, el abrazo sincero del amigo, y, en nuestra casa, los motores de mi vida, me recordaban cada mañana dónde estaba la meta.
A día de hoy, camino serena. Cuando miro las cicatrices, no puedo evitar pensar en mi Hada, la Doctora María José García. En su consulta pusimos punto y final al tratamiento de radioterapia, pero aún había ciertas cicatrices que tardarían en cerrar, y éstas eran las emocionales, las que no se ven y escuecen tanto porque el cáncer nos obliga a jugar en otra liga y ahí estuvo ella para enseñarme a vivir de nuevo. Agradezco infinito el buen hacer de todo el equipo médico que durante la enfermedad, me llevó con mano firme y cálida y estaré eternamente en deuda con la Doctora García por la dedicación de su tiempo y sus sabios consejos. Gracias por estar a nuestro lado